Hemos ya definido, en otra entrada, lo que entendemos por niño impulsivo y sus síntomas. En este post vamos a exponer algunas orientaciones y estrategias para trabajar con niños que presentan estas características.
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En primer lugar, debe
quedar claro que el niño tiene dificultades para regular su estado de
activación. Por eso siempre suelo recordar que: “No es tanto que no quieran autocontrolarse sino que no
pueden”. Una vez activados (descargas
hormonales conjuntamente con emociones intensas de frustración) tienen que
efectuar alguna acción (rabietas, huída, agresión, lanzamiento objetos, etc.). Ello
no quiere decir que seamos tolerantes, sino que desde la comprensión de lo que
pasa podemos ayudarle de forma más eficaz. A este respecto, hay que
señalar, que la mayoría de niños impulsivos suelen luego arrepentirse y se comprometen
a no volver a hacerlo cuando se lo razonamos. No obstante, vuelven a recaer en
los mismos comportamientos disruptivos al tiempo que manifiestan una cierta
perplejidad o inquietud al verse superados por sus propios actos y no saber por
qué vuelve a ocurrir. También puede suceder que estos episodios se refuercen si
con ello el niño consigue lo que quiere y, por tanto, puede aprender a
manipularnos a través de ellos.
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El niño debe aprender, aunque aceptemos el hecho de que tiene dificultades
para controlarse, que
sus actos tienen consecuencias. Por ello,
contingentemente a las rabietas, conductas desafiantes, agresiones u otros,
deberemos ser capaces de marcar unas consecuencias inmediatas (retirada de
reforzadores, tiempo fuera, retirada de atención, castigo, etc.). Por ejemplo
si ha lanzado objetos, deberá recogerlos y colocarlos en su lugar; si ha
insultado deberá pedir disculpas, etc. Deberemos, pero, esperar a que se
tranquilice para aplicar las contingencias marcadas.
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Es muy importante que cuando se produzca un episodio de impulsividad
extrema (rabieta, insultos, etc.) los padres, maestros o educadores
mantengan la calma. Nunca es
aconsejable intentar chillar más que él o intentar razonarle nada en esos
momentos. Esto complicaría las cosas. Tenemos que mostrarnos serenos y
tranquilos pero, a la vez contundentes y decididos. Por ejemplo, ante las
rabietas incontroladas de los más pequeños, decirle: “Mamá (o papá) están ahora
tristes con tu comportamiento y no queremos estar contigo mientras estés así”.
Los padres se retiran buscando una cierta distancia física (según las
circunstancias: calle o casa) pero también afectiva. De esta forma, el niño,
recibe a nivel inconsciente un mensaje muy claro: Así no vas a conseguir las
cosas.
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Contingentemente a estas
actuaciones, también podemos introducir las medidas correctoras
(castigo): “Cómo has insultado a papá (o
mamá) hoy no podrás ver los dibujos que tanto te gustan (o no jugarás a la
play, etc.). Papá está triste porque no quiere castigarte, pero tiene que
hacerlo para ayudarte a mejorar”.
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No entrar en más discusiones o
razonamientos en el momento de activación por parte del niño.
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Nunca decirle que es malo sino que se ha
portado mal durante unos momentos y que eso
puede arreglarlo en un futuro si se empeña en ello. Tampoco hay que compararlo
con otros niños que son más tranquilos y se portan bien. En todo caso, recordarle
primero los aspectos positivos que probablemente tiene al mismo tiempo que le
señalamos los que debe corregir.
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Hay que insistir en
la necesidad de mostrarnos tranquilos delante del niño
cuando queramos corregir sus actos. Si éste percibe en
nosotros inseguridad, incerteza o discrepancias entre los padres u otros,
percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y las rabietas u otras se incrementarán.
Nunca debe vernos alterados emocionalmente (chillando, llorando o fuera
de control). Tampoco debe cogernos en contradicciones, es decir: No
podemos pedirle a gritos a un niño impulsivo que se esté quieto y callado.
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No basta con saber
contestar adecuadamente a sus conductas impulsivas. Estos niños requieren
también que les expliquemos qué es lo que les pasa y qué puede hacer (más
adelante se dan algunas pistas). Las reflexiones sobre los hechos nunca deben
ser hechas en caliente sino en frío cuando las cosas se han tranquilizado. Un
buen momento es por la noche antes de acostarse.
Algunas estrategias para corregirla
Recordar que la impulsividad como rasgo de
temperamento puede deberse, en parte, a predisposiciones genéticas pero la
propia experiencia vital del niño y las condiciones de su entorno determinarán,
la intensidad, frecuencia y forma en la que finalmente se expresa. Un
ambiente familiar tranquilo y colaborador es el mejor aliado para corregir
conductas.
Veamos ahora algunas estrategias para ayudar a los niños impulsivos a regular sus conductas según edad.
Veamos ahora algunas estrategias para ayudar a los niños impulsivos a regular sus conductas según edad.
Para los más pequeños (hasta 5 o 6 años) ante
las manifestaciones impulsivas (rabietas, gritos, lloros, etc.) deberemos
aplicar la retirada de atención física y afectiva tal como hemos explicado
anteriormente y, si procede (según intensidad o características del episodio),
aplicar algún correctivo. No basta con saber establecer límites o castigar,
deberemos completar el trabajo
con ejercicios de de vinculación afectiva
como leerles cuentos, efectuar ejercicios de relajación por la noche antes de
dormir, etc. En estos momentos es cuando podemos razonar con ellos y analizar
lo que ha pasado, siempre, pero, a medida de la edad y capacidad del niño. A
los más pequeños les costará entender los razonamientos basados en la lógica o
moral adulta, por tanto, evitar excesivas explicaciones.
Es importante, también, que empecemos a trabajar con ellos las sensaciones internas que preceden a las manifestaciones impulsivas. Si el niño va tomando conciencia de ello podrá más fácilmente aplicar en el futuro técnicas de autocontrol. Dicho de otra forma: Si el niño logra detectar su estado de activación fisiológica previa al episodio disruptivo, podrá poner en marcha alguna de las estrategias incompatibles con el estallido impulsivo y, por tanto, evitar su manifestación. Veamos algunas formas de hacerlo a continuación.
Es importante, también, que empecemos a trabajar con ellos las sensaciones internas que preceden a las manifestaciones impulsivas. Si el niño va tomando conciencia de ello podrá más fácilmente aplicar en el futuro técnicas de autocontrol. Dicho de otra forma: Si el niño logra detectar su estado de activación fisiológica previa al episodio disruptivo, podrá poner en marcha alguna de las estrategias incompatibles con el estallido impulsivo y, por tanto, evitar su manifestación. Veamos algunas formas de hacerlo a continuación.
a) El Volcán
Muchos niños identifican la sensación que
viven justo antes de “explotar” como una especie de calor interior intenso e incontrolable
acompañado de fuertes emociones que no pueden reprimir y preceden
irremediablemente al episodio disruptivo.
Una buena estrategia para que el niño empiece
a tomar conciencia del problema y pueda comenzar a controlarlo, consiste en
hacerle visualizar todo el proceso en forma de imágenes. Podemos ayudar al niño
a imaginarse que en su interior hay un volcán que representa toda su fuerza y
energía, pero, a veces, se descontrola y se produce la erupción. Cuando empieza
a enfadarse, el volcán (que estaría situado de forma imaginaria en la zona del
estómago) se calienta y empieza a producir lava caliente hasta el punto que, si
no lo controlamos, estalla.
De lo que se trata es de ayudar al niño a que
identifique las propias sensaciones internas previas al estallido y, así, poder
controlarlo.
Una vez que el niño se ha ido familiarizando con estas sensaciones podemos motivarle a que ponga en marcha recursos para parar el proceso.
Debemos, pues, encontrar también, cuales son las estrategias que funcionan mejor con cada niño a la hora de hacer frente a la impulsividad y autocontrolarse. Hay estrategias muy simples que consisten en enseñarle a que cuando note la activación intente respirar varias veces profundamente al tiempo que se da interiormente autoinstrucciones (Para, Stop, Tranquilizate, Controlate, etc.). Esta técnica suele ser muy eficaz si, además, hemos trabajado con el niño alguna técnica de relajación.
Una vez que el niño se ha ido familiarizando con estas sensaciones podemos motivarle a que ponga en marcha recursos para parar el proceso.
Debemos, pues, encontrar también, cuales son las estrategias que funcionan mejor con cada niño a la hora de hacer frente a la impulsividad y autocontrolarse. Hay estrategias muy simples que consisten en enseñarle a que cuando note la activación intente respirar varias veces profundamente al tiempo que se da interiormente autoinstrucciones (Para, Stop, Tranquilizate, Controlate, etc.). Esta técnica suele ser muy eficaz si, además, hemos trabajado con el niño alguna técnica de relajación.
Para niños muy impulsivos, es probable que
les cueste cierto tiempo y práctica desarrollar estos hábitos. En estos casos,
podemos darles también la instrucción de que cuando se noten muy activados
intenten separarse físicamente de la situación como método para tratar de
evitar el episodio (apartarse de un niño que le insulta, ir a su habitación ante
una reprimenda, etc.). Todo ello debe llevarse a cabo bajo supervisión del
adulto y teniendo en cuenta la edad del niño. Los niños más pequeños (menos de
5 años) tendrán más dificultades para trabajar con autoinstrucciones.
b) El Semáforo
Uno de los problemas
recurrentes que nos encontramos cuando trabajamos con niños impulsivos y/o
hiperactivos es que no son conscientes de su estado de activación y eso les
conduce irremediablemente al conflicto. Esto es especialmente problemático en
la escuela.
Una estrategia que empleamos a menudo y suele funcionar, es la técnica del semanforo.
Una estrategia que empleamos a menudo y suele funcionar, es la técnica del semanforo.
La estrategia es
simple: se trata de avisar al niño o grupo de alumnos (proporcionarles
feedback) cuando se están empezando a activar.
Imaginemos la siguiente situación:
Imaginemos la siguiente situación:
Juan es un niño de 8
años muy impulsivo e hiperactivo. Difícilmente aguanta quieto en su sitio más
de 5 minutos en clase. La maestra lo ha castigado sistemáticamente pero el niño
parece ya insensible al castigo. Tampoco sabe decirnos el motivo que le impulsa
a levantarse y, a veces, molestar a los compañeros con los que acaba entrando
en conflicto.
En este caso, la maestra, puede decirle al niño privadamente que como no desea castigarle más y quiere ayudarle a controlarse, van a establecer una especie de “pacto secreto”: Voy a colocar en la pizarra ( pared, panel u otro) un papel (o cartulina cortada en redondo) que irá cambiando de color según como tu estés. Cuando veas la verde es que todo va bien. Si ves la amarilla: ¡Precaución! debes tener cuidado ya que eso indica que estás empezando a hacer cosas y estás en peligro de llegar al castigo. Finalmente, si colocamos la roja, quiere decir que deberá cumplir un correctivo al no conseguir controlarse.
En este caso, la maestra, puede decirle al niño privadamente que como no desea castigarle más y quiere ayudarle a controlarse, van a establecer una especie de “pacto secreto”: Voy a colocar en la pizarra ( pared, panel u otro) un papel (o cartulina cortada en redondo) que irá cambiando de color según como tu estés. Cuando veas la verde es que todo va bien. Si ves la amarilla: ¡Precaución! debes tener cuidado ya que eso indica que estás empezando a hacer cosas y estás en peligro de llegar al castigo. Finalmente, si colocamos la roja, quiere decir que deberá cumplir un correctivo al no conseguir controlarse.
Aconsejo utilizar el
código visual cuando se trata de niños con necesidades educativas especiales.
En la escuela ordinaria, puede ser más adecuado utilizar como señal de aviso
(en lugar del color amarillo) algún movimiento concreto del maestro/a. Este
método es más discreto y tiene la ventaja que suele pasar desapercibido por el
resto del grupo. Por ejemplo: “Cuando veas que te miro y doy dos
golpecitos con mi bolígrafo o cuando me toque la nariz, etc…”
Lo importante aquí es
trabajar en la identificación de las sensaciones previas a las conductas
impulsivas y fomentar en el niño su reconocimiento como paso previo a la
incorporación de recursos de autocontrol. Si el niño ha trabajado,
paralelamente, alguna técnica de relajación o estrategia alternativa de afrontamiento,
podrá intentar ponerla en marcha cuando note la activación o se le avise de
ella. Por ejemplo podemos (según edad y características del niño) enseñarle a
que cuando se note activado procure respirar profundamente al tiempo que se da
autoinstrucciones: “Tranquilo”, “Cálmate”, etc…
En casos de niños
especialmente conflictivos podemos darle instrucciones para que se separe
físicamente de la situación o vaya fuera a un espacio abierto. Insisto en la
necesidad de adaptar todo esto a las circunstancias del niño y, en su caso, a
la de los centros escolares.
La técnica del semáforo es muy adecuada también para utilizarla en dinámicas grupales en las que todos los niños reciben las instrucciones y así conseguir una cierta autorregulación del grupo en casos en los que haya riesgo de conflicto.
La técnica del semáforo es muy adecuada también para utilizarla en dinámicas grupales en las que todos los niños reciben las instrucciones y así conseguir una cierta autorregulación del grupo en casos en los que haya riesgo de conflicto.
c) La Relajación
Uno de los mejores aliados en nuestra lucha por ayudar
a los niños impulsivos, lo constituyen, sin duda, los diferentes métodos de
relajación. Podemos utilizar técnicas adaptadas a las diferentes edades y
necesidades. Además la relajación, bien efectuada, no presenta ningún tipo de
contraindicación y puede ser aplicada a la mayor parte de la población.
Evidentemente, en la etapa de 2,5 a 6 años, hablaríamos de “juegos de relajación” más que de técnicas. Con ello queremos resaltar el hecho de que este tipo de intervenciones guiadas por los padres deben ser, ante todo, vividas y entendidas por el niño como un juego.
Más adelante, a partir de los 6 años, podemos ya introducir diferentes técnicas más estructuradas en función de las necesidades de cada caso.
Evidentemente, en la etapa de 2,5 a 6 años, hablaríamos de “juegos de relajación” más que de técnicas. Con ello queremos resaltar el hecho de que este tipo de intervenciones guiadas por los padres deben ser, ante todo, vividas y entendidas por el niño como un juego.
Más adelante, a partir de los 6 años, podemos ya introducir diferentes técnicas más estructuradas en función de las necesidades de cada caso.
Con los más pequeñitos, nos ayudará tener un entorno tranquilo,
silencioso. Podemos trabajar la relajación justo antes de empezar a dormir,
en la cama, y facilitarle así su transición al sueño. La forma en que debemos
aplicarla es básicamente a través de los cuentos. Podemos utilizar, por
ejemplo, el cuento de la tortuga y la liebre. El cuento narra la
historia de una liebre que retó a una tortuga a efectuar una carrera.
Convencida de su superioridad, la liebre empezó a correr y se dispuso a esperar
la tortuga justo antes de cruzar la meta y así poder reirse de ella. La tortuga
fue llegando poco a poco pero, cuando llegó, la libre se había dormido…
A partir de este relato se le puede pedir al niño que haga de
tortuga (respirar lento, mover brazos y pies lentamente, meterse en su casa y
permanecer quieto unos instantes…) o de liebre (respirar rápido, agitar brazos
y pies…). El cuento debe acabar que gana la tortuga y el niño efectúa las respiraciones
lentas y relaja todas las extremidades. Al final la tortuga se mete en su casa,
apaga la luz y se dispone a descansar para recuperarse y empezar el día bien…
Los cuentos pueden variarse utilizando otros animales (elefante-hormiga; gato-ratón; etc..) o situaciones pero buscando siempre que el niño tenga que imitar ciertos comportamientos antagónicos (lento-rápido; ruido-silencio; tenso-relajado, etc).
Podemos utilizar también algún objeto o juguete para ayudarle a identificar tensión-distensión. Por ejemplo una pequeña pelota de goma colocada en su mano y haciendo los ejercicios apretando y aflojando la presión sobre la pelota. Otra opción es utilizar algún peluche de su preferencia.
Los ejercicios de respiración (aprender a inspirar por la nariz y expirar por la boca de forma pausada) lo podemos hacer también diciéndole al niño que se imagine que es un globo que lentamente se va hinchando (le damos también instrucciones para que vaya alzando los brazos al tiempo que se hincha) para después deshincharse (expirando el aire y bajando lentamente los brazos).
A medida que se va haciendo mayor podemos introducir imágenes y sensaciones, por ejemplo, que el niño piense en sus colores, juguetes, situaciones o personas favoritas que le ayudan a sentirse bien y, también, instrucciones del tipo “Estas muy relajado y tranquilo” o “Nota como sientes un calorcito muy agradable en tus brazos o piernas…”
En definitiva, deberemos ir probando diferentes recursos para adaptarnos a las características de cada niño. En esta primera etapa el objetivo es más que el niño se empiece a familiarizar con algo que se llama “relajarse” que no a conseguir resultados espectaculares respecto a las áreas que queremos mejorar.
d) Canalizar la energía
Las
artes marciales que combinan concentración y despliegue de fuerza inmediata
pueden ser especialmente útiles para aprender a controlar impulsividad (salvo
en el caso de niños que, además, presente un componente antisocial o de
agresividad con las personas).
Entre
nuestros deportistas de elite se encuentran numerosos jóvenes diagnosticados de
TDAH en la infancia.
En
definitiva, cualquier práctica deportiva es especialmente útil en estos niños y
nos ayudará a regular su comportamiento.
e) Ejercicios para potenciar aprendizaje
El
niño impulsivo no tan sólo presentará problemas en su conducta sino que su
perfil de funcionamiento, le acarreará dificultades en aquellas tareas que
requieren de atención sostenida (lectura) o coordinación visomotriz fina
(escritura).
Por
tanto, resulta de suma importancia trabajar, también desde casa, con ejercicios
para mejorar estos aspectos. Al respecto, recomendamos ejercicios de papel y lápiz como (según
edad), el pintado de mandalas, los laberintos, ejercicios de discriminación de
las diferencias, etc. En el siguiente
enlace podrá encontrar numerosos recursos para trabajar la atención y, también,
la impulsividad:
Podemos también trabajar con diferentes juegos en el ordenador siempre y cuando la actividad priorice la atención sostenida y la organización del material presentado visualmente bajo algún criterio antes de efectuar la respuesta. Es decir, no nos interesan los juegos demasiado movidos o que priorizan los reflejos visuales más que los racionales. El niño primero debe pensar y organizar antes de ejecutar la respuesta (demora de la respuesta = control de la impulsividad).
Otro recurso que nos puede ayudar son los juegos de mesa.
Recomendamos especialmente el juego de Damas y el Ajedrez. En ambos, es
necesario pensar antes de responder (lo contrario a la impulsividad), además,
los niños, deben situarse en unas coordenadas espaciales para mover las fichas,
lo que incrementa su capacidad visomotriz.
Finalmente, señalar un último recurso
que podemos aplicar en casa para ayudar a los niños que tienen dificultades con
la grafía o la escritura. Frecuentemente, el niño impulsivo, presenta
dificultades para escribir correctamente y suele agrandar la escritura o
deformarla significativamente con escaso control sobre las coordenadas
espaciales. En estos casos, podemos trabajar con el niño utilizando los mandalas, laberintos u otros pero teniendo especial cuidado en que primero
aprenda a relajar el brazo y la mano. El niño impulsivo cuando coge el lápiz lo
hace de forma rígida y suele tensar todo el brazo. Deberemos darle
instrucciones para que, antes de empezar a dibujar o escribir, el brazo deje de
estar tenso. Para ayudarle podemos, por ejemplo, decirle que deje el brazo
completamente muerto (podemos alzárselo con nuestra mano e indicarle que cuando
soltemos, el brazo debe caer a plomo. Si es así el brazo está relajado). Una
vez relajado podemos situar nuestra mano encima de la suya y ser nosotros los
que vayamos escribiendo (dibujando o coloreando) al tiempo que el niño procura
seguir teniendo el brazo relajado. Una vez más, lo importante es que el niño
vaya discriminando entre tensión y distensión (activación versus
relajación).
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