A menudo, cuando se proponen distintos recursos para dinamizar el espacio del recreo, se plantean dudas e inseguridades al respecto; pero existen multitud de propuestas y prácticas que pueden favorecer las interacciones y la convivencia grupal en ese espacio y lapso de tiempo.
Por ejemplo, los juegos tradicionales, que se transmiten de una generación a otra. Son juegos que no están escritos en ningún libro especial, ni se compran en ninguna juguetería. Normalmente, son difundidos de forma oral, ya que forman parte de la cultura popular.
Existen muchas razones por las que merece la pena seguir practicándolos, pues brindan la posibilidad de la versatilidad:
- Valorar lo inmaterial, aquello que resulta de la improvisación y la creatividad. Se puede jugar sin nada o reciclando, inventando, imaginando.
- Fomentar el contacto directo entre iguales: comunicación, sociabilidad, asertividad, empatía, juego grupal, diversidad en la adopción de roles.
- Actividad física y mental: psicomotricidad, atención y memoria, razonamiento.
- Educación para el ocio: los niños y niñas descubren preferencias y otras alternativas.
- Interiorización de normas y reglas del juego: turnos, conducta, etc.
En definitiva, resulta una herramienta muy completa que abarca muchos niveles educativos y que siempre puede ser interesante en un espacio lúdico y de descanso.
