jueves, 16 de abril de 2015

LA CONDUCTA DE LOS NIÑOS: CÓMO LA APRENDEN Y CÓMO MODIFICARLA

       El ser humano nace con unos rasgos de personalidad específicos, pero esto no es lo que determina su modo de actuar. Desde una edad muy temprana las personas   aprenden distintas formas de comportarse. Sólo hay que observar como  los bebés son capaces de usar  una sonrisa o un llanto para conseguir un tipo de atención determinado. Esto lo hacen porque han aprendido a través de sucesivas experiencias que con una conducta u otra logran respuestas concretas en los adultos. Las familias, el profesorado y otras personas de la comunidad intervenimos de manera decisiva en ese extenso y complejo aprendizaje.
        La conducta infantil puede responder a una necesidad del niño/a o como consecuencia de la etapa del desarrollo en que se encuentre, de su temperamento, producto de la interacción con las demás personas.  En esta etapa el niño está aprendiendo cómo relacionarse con los demás y cómo controlar su conducta, esto gracias a las normas y los límites que los padres establecen.
       La mayor parte de los comportamientos infantiles son aprendidos. Al nacer, el niño/a desconoce las normas y las pautas de conducta que se consideran adecuadas, por lo que busca sus propios modelos y aprende de ellos. Esto significa que los padres o cuidadores deben iniciar en sus hijos/as, desde edades tempranas, el establecimiento de límites. Ellos serán los orientadores y guías, supervisando y reorientando las conductas de sus pequeños. Por tanto, la disciplina no es un castigo. La disciplina ayuda a que los niños aprendan a comportarse de manera adecuada para su edad y su nivel de desarrollo.
       Para comprender a los niños/as, prevenir sus dificultades y ayudarles a resolver sus problemas es importante que sepamos explicar cómo aprenden sus conductas y sus problemas de conducta y cómo cambian y desarrollan su modo de comportarse.

LOS NIÑOS/AS APRENDEN A COMPORTARSE

¿Cómo se aprenden las conductas?
·        Condicionamiento. Los niños/as aprenden conductas por condicionamiento cuando asocian dicha conducta a una respuesta o estimulo determinado. Por ejemplo, el niño/a que tiene una rabieta y recibe atención, asocia la rabieta a la atención recibida. De esta forma, ha aprendido un tipo de conducta para lograr una respuesta.
·        Modelo. El modelo es la forma de aprender conductas más complejas o elaboradas,  aquellos comportamientos basados en varias secuencias de acción. Se trata de
aproximaciones sucesivas a un comportamiento determinado. Por ejemplo: el adolescente que miente para evitar un castigo. Esta conducta es más compleja que un simple llanto o rabieta, lleva consigo varias acciones, como el realizar una acción no deseada, la reflexión para elaborar una mentira, el momento en el que se cuenta esta mentira, la forma de mantenerla o buscar encubrimiento. Para aprender esta conducta el adolescente aprende primero a mentir cuando ha hecho algo no deseado, si esa mentira le funciona para evitar una riña o castigo, seguirá usando la mentira, mas adelante ira elaborando poco a poco toda la secuencia de acciones que engloban este comportamiento.
·        Imitación. Los niños/as aprenden imitando la conducta de los adultos significativos para ellos. Aprenden más de lo que ven, que de lo que se les dice. Los pequeños ven nuestro modo de actuar e imitan nuestro tipo de conducta.
EXPLICACIONES INADECUADAS DE LAS CONDUCTAS DE LOS NIÑOS/AS
        Para comprender el comportamiento de los niños/as quizás tengamos que cambiar primero algunos modos habituales de explicar sus conductas. Algunas de nuestras explicaciones son inadecuadas. Por ejemplo:
1. El recurso al destino y a la herencia (“ha nacido torcido”, “ha salido a su padre”, etc.) fomentan en padres y maestros actitudes fatalistas de desconcierto y desánimo (“no hay quien lo entienda”, etc.). El niño/a acaba pensando también de sí mismo que “son incorregibles”, etc. En estas condiciones es poco probable que deseen cambiar y que sepan cómo hacerlo. Entonces, las familias y el profesorado quizás decidan “dejarlo por imposible”.
2. Las etiquetas (“ápatico”, “malo”, “hiperactivo”...) y las interpretaciones precipitadas (“parece que necesita cariño”) también tienen serios inconvenientes:
Son tan vagas e imprecisas que no nos permiten comprender con claridad lo que se quiere decir con ellas, prestándose a multitud de interpretaciones diferentes.
Por ser tan poco precisas y concretas dificultan el acuerdo. Ocasionan desacuerdos y discusiones en las personas interesadas por el niño. Un maestro puede pensar que Juan es “ápatico e irresponsable” y otro pensar todo lo contrario.
Si queremos ayudar a Juan a cambiar su conducta, las etiquetas no nos aportan orientaciones útiles. Por eso, a veces estamos totalmente desconcertados y utilizamos procedimientos de cambio inapropiados: castigos indiscriminados, sermones, etc.
Un grave inconveniente de las etiquetas y del recurso a la herencia es que tienden a ver la conducta de los niños/as como algo personal e interno. Olvidan la estrecha relación con el entorno.
La conducta de los niños/as cambia con el paso del tiempo de una situación a otra. Sin embargo, las etiquetas hacer ver al niño como inalterable, le marcan a veces para toda la vida
CLAVES PARA EXPLICAR Y CAMBIAR ADECUADAMENTE LA CONDUCTA DE LOS NIÑOS/AS
    1. Describir la conducta con claridad y exactitud. Determinar exactamente lo que pasó, de manera que se pueda saber a qué nos estamos refiriendo cuando lo comunicamos a los demás. Si desarrollamos esta habilidad, evitaremos los inconvenientes de las etiquetas, seremos más objetivos, más justos y comprenderemos mejor a nuestros hijos/as y a nuestros alumnos/as.
        2. Observar la conducta. Para poder describir con claridad y exactitud las conductas es necesario observarlas. Estas observaciones podemos hacerlas a lo largo del día, en momentos concretos del día, en situaciones específicas o en otras condiciones que fijemos de antemano.
        3. Registrarlas. En ocasiones, para que nuestras observaciones y descripciones sean más rigurosas y objetivas y no sufran las deformaciones del olvido, nos será útil hacer registros escritos de las conductas que observamos y de la situación en la que esas conductas tienen lugar. En nuestros registros podemos recoger datos de gran interés:
ü  La descripción de lo que el niño/a hace, piensa o siente, anotando cuántas veces (al día, a la semana, durante el recreo...), cuánto tiempo emplea en esa conducta (ej: llorando en el suelo, quieto en el asiento...), la intensidad (ej: cuanto grita), etc.
ü  Dónde ocurren esas conductas (en casa, en el colegio...).
ü  Cuándo (a la hora de comer, en el patio...).
ü  Qué ocurre antes y después.

LA CONDUCTA DE LOS NIÑOS/AS DEPENDE DE LAS CONSECUENCIAS QUE TIENE
       Si observamos y registramos con cuidado la conducta de nuestro alumnado nos daremos cuenta de algo muy importante: lo que un niño/a hace, piensa y siente no ocurre “porque sí”. Depende de las consecuencias que esas conductas tienen para el niño/a y para los demás.
        Ante la conducta de un niño/a trataremos de responder siempre a una pregunta clave: ¿Qué ocurre después? Cómo respondemos, qué decimos, qué hacemos, etc.




        Si la conducta de un niño/a (hablar, vestirse solo, estudiar...) va seguida de un premio, recompensa o reforzador positivo (atención padres y maestros, elogios...), el niño/a la repetirá con más frecuencia en el futuro y la estará aprendiendo mejor.
        Por tanto, para que un niño/a aprenda un comportamiento, es necesario que esa conducta vaya seguida de un reforzador positivo. La atención, las palabras de elogio y aprobación se llaman recompensas o reforzadores positivos porque refuerzan y consolidan las conductas. Hay otros muchos reforzadores positivos: miradas, abrazos, sonrisas, contar un cuento, dejarles jugar, comprar chuches, etc.
       Cuando la conducta de un niño/a no es reforzada con recompensas, no va seguida de consecuencias agradables, es menos probable que vuelva a ocurrir en el futuro, se debilita y se extingue. A veces, las familias y el profesorado creen que los hijos/as y el alumnado tienen que manifestar las conductas que consideran adecuadas “porque es su deber” y dejan de reforzarlas, produciéndose su extinción.
      En ocasiones, las consecuencias positivas se las administran los niños/as a sí mismos diciéndose palabras de elogio, pensando bien de sí mismos, permitiéndose realizar una actividad placentera como premio. Es importante fomentar estas habilidades en los niños/as, por ejemplo sirviéndoles nosotros mismos de modelos.
       Las conductas inadecuadas y los problemas de conducta también se aprenden si van seguidos de consecuencias positivas. Por ejemplo: si las travesuras de Carlos en clase tienen como consecuencia atraer la atención del maestro y provocar las risas de los compañeros/as es muy probable que siga haciéndolas en el futuro. De este modo, Carlos está aprendiendo a hacer travesuras en clase por el refuerzo inadvertido del maestro y de los iguales.
      Con frecuencia, dedicamos mucha atención a las conductas molestas e inadecuadas de nuestro alumnado. A las positivas y adecuadas no les hacemos caso, aún viéndolas no las elogiamos. A veces usamos largos sermones para convencerles de lo inadecuado de su conducta, lo cual constituye también una forma de prestar atención a las conductas inadecuadas. Como resultado esas conductas ocurren más que las adecuadas, sencillamente porque atendemos y reforzamos más las conductas inadecuadas.

LAS CONSECUENCIAS CONTRADICTORIAS
       En ocasiones, una misma conducta de un niño/a tiene consecuencias diferentes, incluso contradictorias. Las consecuencias pueden cambiar según la situación: correr no tiene las mismas consecuencias en el aula que en el patio. Los niños/as aprenden ambas situaciones y se adaptan a ellas.
       Pero en ocasiones al niño/a no le es tan fácil distinguir. Un día nos reímos ante una conducta, y al día siguiente, dependiendo de nuestro humor, respondemos con un castigo a la misma conducta. Otras veces, ocurren desacuerdos entre el profesorado o entre los padres, no apoyando la respuesta del otro. En estas condiciones, el niño/a no puede prever con seguridad las consecuencias que va a tener su conducta y sentirá desconcierto, temor e inseguridad. Se considerará impotente de influir con su conducta en el ambiente y en los demás. A veces, no sabrá que hacer y quizás manifieste conductas contradictorias y desconcertantes, o quizás aprenda a sacar ventajas del desacuerdo de sus padres o de su profesorado.

LA CONDUCTA TAMBIÉN DEPENDE DE SUS ANTECENDENTES
      Si queremos conocer todavía mejor a nuestros alumnos/as tendremos que seguir observando y hacernos otra pregunta clave: ¿Qué ha pasado antes de que el niño/a manifieste su conducta, qué circunstancias y qué personas están presentes cuando él actúa, piensa o siente?
      Los padres y maestros/as comprobamos a menudo que los niños/as manifiestan algunas conductas (rabietas, miedos, desobediencia...) sólo en determinadas situaciones, no en otras (ej: una hora concreta del día, en casa, en el colegio...), en presencia de determinadas personas y no en presencia de otras (ej: padres, maestros/as, desconocidos,...), ante unos estímulos concretos y no ante otros (ej: un objeto, un animal, la oscuridad...).
       Si una circunstancia, persona o estímulo están presentes para el niño/a cuando una conducta suya va seguida de una consecuencia agradable, la conducta en cuestión ocurrirá con mayor probabilidad en presencia de esas circunstancias, personas o estímulos que en cualquier otra situación. Si la rabieta de un niño va seguida de una recompensa (ej: conseguir lo que quiere), en su casa y ante su madre, pero no en el colegio y ante su maestro, es probable que en el futuro tenga rabietas en casa y ante su madre, pero no en el colegio ya ante su maestro.
      ¿Por qué nuestro hijo/a tiene miedos en casa, pero no en el colegio, come mal en casa, pero en la de sus tíos? ¿Por qué mi alumna esta distraída en mi clase, pero no en la de otro maestro? ¿Por qué a Antonio tiene que vestirlo todas las mañanas su madre y cuando únicamente está su padre se viste sólo?
         Las instrucciones que en silencio, cuchicheando o en voz alta se dice a sí mismo un niño/a inmediatamente antes o mientras realiza una tarea son estímulos antecedentes de autocontrol que pueden influir poderosamente en su desempeño. Todo el pasado de un niño/a, la historia de su aprendizaje anterior, el repertorio de habilidades y conductas del que dispone son antecedentes que influyen en mayor o menor medida en su conducta actual, junto con los antecedentes inmediatos.

CÓMO EMPLEAR EL REFORZAMIENTO Y LOS REFORZADORES
      Una recompensa es más eficaz cuando es administrada inmediatamente después de la conducta del niño/a o mientras ésta ocurre. A veces dejamos pasar mucho tiempo entre la conducta y el refuerzo, resultando ineficaz (sobre todo en niños/as pequeños/as).
       En las primeras fases del aprendizaje, el refuerzo debe darse cada vez que el niño/a manifiesta la conducta y debe darse muchas veces. Las conductas sociales complejas (estudiar, aprender a leer, etc.) se componen de conductas más simples, de pequeños pasos. Hay que reforzarle por cada uno de esos pequeños pasos que el niño/a va dando hacia la meta completa, sin esperar a llegue a ésta.
       Cuando una conducta está ya bien aprendida y consolidada, el refuerzo será más eficaz si se da sólo de vez en cuando.
        Siempre que utilicemos reforzadores materiales (caramelos, juguetes, puntos...) o de actividad (dejarles jugar, llevarlos al cine...) debemos acompañarlos de un clima de refuerzo social positivo. De este modo, el refuerzo social se hará más sobresaliente, aunque vayamos retirando gradualmente los otros reforzadores.
      Para que un niño/a aprenda una comportarse de manera adecuada, le reforzaremos la conducta adecuada, pero no la contraria.

ENSEÑAMOS A LOS NIÑOS/AS Y ELLOS NOS ENSEÑAN A NOSOTROS
       En las relaciones cotidianas con nuestros hijos/as y alumnos/as y a través de nuestra forma de reaccionar ante sus conductas influimos en ellas y contribuimos a que cambien, a veces sin quererlo, en un sentido o en otro. Pero ellos también influyen en nosotros, nos enseñan y nos cambian. En definitiva, aprendemos conductas unos de los otros constantemente.
       Una de las circunstancias antecedentes que más influyen en lo que los niños/as hacen, piensan y sienten son los ejemplos que observan en los demás niños, en sus padres, en sus maestros o los modelos simbólicos (películas, cuentos, historias contadas, videojuegos, internet, etc.). Si queremos conocer, pues, a nuestros niños/as, preguntémonos cuáles son los modelos a los que imitan. Y si queremos ayudarles de manera efectiva, además de dispensarles reforzadores positivos, tenemos que convertirnos en modelos adecuados para ellos, “predicando con el ejemplo”.
        Los niños/as aprenden a hacer, sentir y pensar más bien aquello que ven y oyen que aquello que les ordenamos que hagan. Así suele ocurrir cuando les decimos a gritos que hablen en voz baja, cuando les decimos que no fumen sosteniendo un cigarrillo en la mano, cuando les prohibimos que peguen a los demás dándoles unos azotes, cuando les decimos que tengan miedo mientras temblamos, etc.
       El aprendizaje por imitación es más eficaz cuando el modelo recibe recompensas por la conducta que realiza, cuando el niño/a está muy atento al modelo, reproduce mentalmente lo observado y lo revive después intensamente, cuando el niño/a se identifica con el modelo y cuando el niño/a recibe reforzamiento por sus conductas imitativas.
      La enseñanza por modelos unida al reforzamiento positivo dada al niño/a por imitar lo que le mostramos es una estrategia especialmente eficaz cuando queremos que un niño/a aprenda una conducta nueva. Si esa esa conducta es compleja tenemos que dividirla en conductas más simples e ir reforzando a la niña o al niño a  medida que va consiguiendo imitar al modelo en aproximaciones sucesivas.

Recuerde:
  Empiece estableciendo límites: demarcando horarios y situaciones específicas a realizar (adecuadas a la edad del niño).
  - Escuche activamente y con respeto: si demostramos atención y comprensión, logramos establecer confianza para que los pequeños nos cuenten lo que les sucede, además de inculcarles la importancia de la escucha con respeto hacia los demás.
  - Ponga atención a los comportamientos buenos: con el objetivo de reforzar las conductas adecuadas.
   -   Ignore los comportamientos negativos: dado que con ello el niño busca llamar la atención de los padres mostrando cierta manipulación con sus actos.
  -  Implique al niño/a en la solución de problemas, con el objetivo de establecer seguridad en sus actos, de incrementar su autoestima e independencia.
  -   Use un lenguaje apropiado para la edad del niño:    recuerde cerciorarse que el mensaje fue entendido    en su totalidad.

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